El pasado es lo único que conocemos y todo conocimiento humano surge de un conocimiento pasado; todo conocimiento humano supone reflexionar sobre el pasado.
John Lukacs
Introducción
Han transcurrido ya más de quince años desde los acontecimientos de 1989, de la simbólica caída del Muro de Berlín que en los siguientes dos años desembocaría en una serie de revueltas en todos los países del este de Europa y, finalmente, en la disolución de la Unión Soviética (URSS) y la desaparición del llamado “socialismo real”. Desde entonces, mucho se ha dicho y escrito sobre el comunismo y el impacto geopolítico de su caída pero, sobre todo, ha prevalecido una intensa campaña propagandística empeñada en su desacreditación a la que no pocos historiadores y analistas han servido.
Aunque los procesos políticos que este periodo ha vivido la izquierda comunista en cada país han sido diversos, ninguna escapó a la gran crisis provocada por la disolución de la URSS pese a que en no pocos casos, sobre todo en los países europeos donde era más fuerte, tiempo atrás había marcado su distancia con lo que representaban los regímenes “socialistas”. En realidad, las izquierdas de todo signo quedaron mudas y anonadadas ante los acontecimientos, mientras que las derechas se sintieron con la autoridad de dictar su veredicto: tras el certificado de muerte del comunismo, decretaron los sucesivos fines de la historia, las ideologías, las utopías emancipatorias.
En este ambiente, tanto la recuperación de la memoria histórica como el análisis de lo que representó el comunismo y de las causas de su fracaso, se han topado con enormes dificultades pese a que se ha desplegado una amplísima producción historiográfica fruto, entre otras cosas, de la enorme cantidad de material de archivo de la que hoy se dispone. En este hecho paradójico hay un triunfo político e ideológico de posturas e imágenes que se gestaron durante los años de la llamada Guerra Fría, con sus espías soviéticos amenazando por doquier al “mundo libre”; millones de crímenes inimaginables; supuestas acciones turbias e inconfesables de todo militante comunista; dineros obscuros provenientes de Moscú patrocinando cualquier movimiento u organización opositora.
Esa victoria ideológica permite hoy que —lejos de desaparecer con el fin de la Guerra Fría— se generalicen un cúmulo de lugares comunes y quimeras, articulándose en una historia única y simplificada que siempre empieza y termina en el Gulag.
Como preludio hemos, pues, presenciado una verdadera campaña mediática que no sólo daba cuenta del acontecimiento político sin precedentes que significó la descomposición y desaparición de aquellos regímenes, sino publicitaba inescrupulosamente supuestas “pruebas secretas” del carácter conspirativo y criminal del comunismo, reducido a una fuerza obscura al servicio del poder “totalitario” soviético. La generalización de los arquetipos con los que siempre se estigmatizó al comunismo, la elevación a verdades “comprobadas” de aquello que durante la Guerra Fría sirvió de propaganda ideológica, tuvo el fin político e ideológico no sólo de dar definitiva sepultura a lo que en forma bastante sencilla e incruenta se derrumbó en los países del este europeo, sino de descalificar a las fuerzas de izquierda –empezando por los partidos comunistas-- de todo el mundo, en un momento en que se desplegaba con fuerza una brutal ofensiva del capital sobre los trabajadores. La terrorífica sentencia tacheriana de “no hay otra alternativa” adquiría así gigantescas proporciones. Los “vencedores” alistaban sus armas para, tras la sepultura del hecho histórico, emprender la descalificación de la idea misma que había dado aliento a lo largo del siglo XX a los audaces experimentos de superar al capitalismo.
Por otra parte, la compleja situación que enfrentó cada uno de los países del otrora campo socialista en su restauración de las más toscas relaciones “del libre mercado” y su inauguración de las formas democráticas liberales, con una enorme inestabilidad política, su disgregación nacional, sus guerras interétnicas y su extendido deterioro social, situación ésta que en más de un lugar significó redefinición de sus identidades, se ha visto surcada por la disputa de la memoria histórica del comunismo.
Esta disputa por la memoria ha tenido como soporte y expresión más fehaciente la utilización y parcialidad de la apertura (sobre todo en Rusia) de los archivos estatales y de los partidos comunistas de los países del llamado “socialismo real”. En prácticamente todos los casos, la apertura de los archivos fue acompañada de escándalos mediáticos, pero dos de ellos tuvieron particular relevancia: el de los archivos soviéticos y los de Alemania del Este. En ambos casos, además de la publicidad que provocaron diversos medios de comunicación del mundo, que se lanzaron a la caza de los “secretos comunistas”, el destino y la utilización que se hizo de la documentación tuvo muy definidos fines políticos.
En particular en Rusia, las diferentes controversias e interpretaciones sobre su pasado que se han sucedido en las últimas décadas, realizadas a partir de enfoques bastante superficiales y parciales, han sido un instrumento de legitimación de la mayor relevancia en las redefiniciones políticas y en la nueva configuración de los grupos de poder. Por su parte, el “ajuste de cuentas” con la experiencia de la República Democrática Alemana (RDA) realizado durante los primeros años de la década de los noventa con una enorme carga ideológica, fue un proceso constitutivo de las bases de la reunificación de las dos Alemanias.
Estos hechos, como veremos, han sido definitorios de las temáticas predominantes en la amplia producción historiográfica que ha tenido lugar desde que los historiadores cuentan con las nuevas fuentes.
Las dificultades de la memoria rusa
Rusia es, sin duda, uno de los países del mundo que cuenta con una historia extremadamente rica y con grandes sucesos que lo han marcado de manera profunda. Y es frente a esa historia, precisamente, que ha tenido y tiene enormes dificultades para definir su identidad. Ello, desde luego, no es algo atribuible a la cantidad y compleja sucesión de acontecimientos que ha vivido, sino a la naturaleza de los mismos. En particular, la revolución rusa de octubre de 1917 es, podemos decir, el acontecimiento más audaz y radical de la historia contemporánea y el fracaso y hundimiento del régimen que produjo, un hecho inédito e inesperado.
La pretensión de llevar a la Rusia zarista hacia una transformación que no seguiría los pasos de occidente fue, como es reconocido, de una intrepidez sin precedente. Sin embargo, el proceso de guerra civil, primero y, en mayor proporción, el estalinismo, después, truncaron con enorme violencia aquellos propósitos emancipatorios.
El proceso iniciado con Jruschov en 1956, a partir de la revelación de los crímenes de Stalin en el XX Congreso del PCUS —momento en el que ese país se puso ante una historia de horror que contradecía los aspectos más elementales del proyecto social en el que se decía inmerso—, no sólo adoleció de importantes limitaciones al centrar el problema en el llamado “culto a la personalidad”, sino que pronto fue dejado de lado. Durante la larga era de Brezhnev el tema de las purgas y el terror estalinista fue quedando en el silencio, aunque parte de la verdad sobre aquel periodo de la historia soviética había salido ya a flote y se había instalado como una herida colectiva que no tenía vías para sanar.
En su escrito, dedicado al malestar de la memoria rusa respecto al estalinismo, la historiadora Maria Ferretti (2002) analiza este dificultoso proceso de integración en la sociedad rusa de su historia y su memoria, y particularmente de los acontecimientos dolorosos de los años treinta. De acuerdo con ella, desde mediados de los años ochenta, con Gorbachov, hasta el año 2000 con Yeltsin, “se ha asistido al nacimiento y a la sucesión rápida de nuevas representaciones del pasado, que han remodelado profundamente la identidad del país. La tragedia del estalinismo, fue reintegrada y después de nuevo rechazada; la revolución de Octubre, acto fundador del sistema soviético, fue sometida a una revisión radical; una imagen idealizada de la Rusia prerrevolucionaria se impuso.” Una serie de acontecimientos de estos últimos años muestran que también esta última imagen, la de idealización de la Rusia zarista, ha venido perdiendo fuerza en el seno de la sociedad rusa de nuestros días, dando lugar a una cierta revaloración del periodo estalinista.
Para la historiadora italiana, la causa fundamental de que hoy Rusia sea un país esencialmente sin memoria, lo cual ha dado lugar a las mas diversas e incluso contradictorias representaciones alentadas por el poder estatal, es la ausencia de un trabajo de duelo frente a las tragedias vividas durante el estalinismo, la falta de reincorporación en la memoria social de este periodo clave de la historia de ese país, sustituyéndolo por un rechazo, generando lo que ella llama un agujero o boquete de memoria. Es, a su vez, este vacío de memoria e identidad el que ha provocado el resurgimiento del nacionalismo ruso, con la ideología autoritaria que lo ha acompañado.
“En la medida en que el trabajo de duelo —escribe Ferretti— implica asumir, de parte del sujeto, el pasado en tanto que herencia compartida en la que todos son responsables, establece, por ese acto de voluntad, al sujeto en tanto que actor de la vida política y postula su involucramiento activo para llevar a bien los cambios necesarios para impedir que el pasado se repita. Es ahí, me parece, donde el trabajo de duelo y los valores democráticos se encuentran. Por el contrario, la actitud melancólica con respecto al pasado, da lugar a una suerte de contemplación de la catástrofe ocurrida, quitando responsabilidad al individuo, que no se considera más que como una víctima y, en lugar de asumir, se encierra en el pesar nostálgico del ‘ayer’. Al no sentirse directamente responsable del pasado, que aparece como la obra de fuerzas obscuras que lo dominan, no se transforma más en sujeto, en actor de la vida política, pero busca sobre todo la protección de una mano fuerte y de un poder autoritario, componentes esenciales del nacionalismo.”(Ferreti, 2002: 81)
Aunque es necesario señalar que las responsabilidades de quien ejerció el poder del estado para someter y asesinar y la de aquellos que coadyuvaron –muchos por temor—al proceso dictatorial de los años treinta, no pueden en forma alguna ser equiparadas, es cierto, como lo señala la autora, que la ausencia de vida y cultura democráticas permite que la sociedad rusa no haya logrado hacerse cargo de su historia y se asuma sólo como víctima de poderes que aparecen por encima de ella, mientras que los actuales grupos de poder económico y político, aunque han adoptado algunas formas distintas a las del periodo soviético, siguen sustentando en determinadas interpretaciones de los complejos hechos históricos rusos una de sus fuentes de legitimación.
Un elemento sustancial de las reformas que se proponía Gorbachov fue el debate sobre los acontecimientos históricos tergiversados por la historia oficial soviética, al punto de que en 1988 las escuelas y universidades suspendieron los cursos de historia y se pusieron a revisión todos los programas. Desde luego no se trató de un mero ejercicio académico. Al crear el ambiente de libertades políticas, la “perestroika” permitió que la parte de la sociedad rusa agraviada y mutilada por la represión en masa de Stalin y por la asfixia política de los gobiernos posteriores, levantara enérgica su exigencia de reexamen y recuperación de la memoria negada. Miles fueron los eventos que se produjeron para reivindicar a las víctimas de la represión y muchas las investigaciones y documentos que empezaron a aparecer en la prensa y en las publicaciones especializadas para esclarecer hechos que se mantenían en la oscuridad. En ese país nunca se discutió tanto, como entonces, los setenta años de historia soviética.
Pero los acontecimientos que llevaron al fracaso del proyecto renovador de Gorbachov y a la consecuente caída del régimen soviético, hicieron que, como también apunta Ferretti, la intensa denuncia del estalinismo quedara trunca y diera su lugar a un rechazo de la Revolución de octubre y de Lenin, como fuentes de todos los males posteriores, abriendo paso a una nostálgica recuperación del zarismo.(Ferreti, 2002: 72) Ya no se trataba de analizar y juzgar un periodo oscuro y complejo de la historia soviética que había mutilado el proyecto por el que miles de trabajadores del campo y la ciudad habían luchado en 1917, sino a esta historia en su conjunto. De forma que, negándola, podía establecerse el nexo entre la vieja Rusia y la actual, proceso necesario para justificar las reformas que se abrieron paso con la disolución de la URSS.
A pesar de la fuerza con que se difundieron las nuevas “verdades”, la actual situación de Rusia no ha permitido que los intentos de contar con una nueva historia oficial hayan fructificado plenamente, en lo cual han jugado un papel tanto la inestabilidad política como el hecho de que el proyecto liberal de Yeltsin primero, y el nacionalismo de Putin después, no han arribado a dar al país una mejor situación ni económica ni social a la que se tenía bajo el régimen soviético.
El rechazó de la historia en la que vivió la sociedad rusa la mayor parte del siglo XX, redescubriendo y revaluando a la “gran Rusia” de los zares, pronto cedió su plaza a una visión que ahora intenta dar —también por lo que algunos entienden como instrucciones del presidente en turno— una visión “equilibrada”, “normalizando” los acontecimientos vividos a partir de la década de los años treinta. El autor de uno de los actuales manuales escolares de historia, ganado por concurso en 2002, explicó entonces que su propósito era dar una visión equilibrada de la historia del estalinismo, en la que no sólo aparecieran los aspectos negativos, si no también aquello de positivo que hubo en ese periodo (“la modernización de la sociedad, el aumento del nivel de vida de la población, el mejoramiento del nivel de educación —un punto esencial, puesto que provocará el hundimiento del régimen”), de forma que todos los profesores, tanto los que creyeran que Stalin había sido un gran hombre, como los que pensaran que había sido un criminal, pudieran utilizar su manual.(Zagladine, 2003)
El caso es que con la recuperación positiva de ciertos momentos y símbolos del estalinismo, tales como su triunfo en la Segunda Guerra Mundial (a la que siguen llamando y honrando como “Gran Guerra Patria”) y el despegue económico y militar logrado en cierto momento, que llevó a la URSS a ser considerada la segunda potencia mundial, el actual presidente ruso busca anclar su visión nacionalista y justificar su política y sus acciones contra otras naciones no rusas con las que mantiene conflicto.
En este marco, en el que sigue prevaleciendo un uso político de la memoria, es natural que la producción de la investigación social rusa sobre el comunismo se enfrente a muchas dificultades. Después de varios años de relativa parálisis provocada por el impacto de los propios acontecimientos que vivió ese país, ha tenido lugar una creciente producción ceñida por motivaciones ideológicas al servicio de las transformaciones que siguieron a la caída del régimen soviético.
Este fenómeno (no exclusivo de Rusia) ha provocado que la historiografía se centre en exceso en el fenómeno estalinista. Incluso en aquellos trabajos, que poco a poco empiezan a aparecer, que buscan escapar a las visiones maniqueas y realizar un análisis social más rico y complejo para trascender la sola denuncia, la temática central sigue siendo la misma. En esa línea, la nueva producción historiográfica sobre la URSS comienza a hacer un trabajo más detallado sobre diversos aspectos de la represión estalinista, tales como los estudios que han seguido todos los eslabones de la cadena que va desde la toma de decisiones hasta su última instancia de aplicación. A partir del trabajo en los archivos locales, una nueva generación de investigadores rusos intentan ahora una minucioso estudio de procesos que son piezas claves del estalinismo, tales como la colectivización forzosa; la “deskulakización”, entre otras.
Una parte importante de los mejores esfuerzos de los historiadores rusos ha sido la publicación de documentos recién desclasificados de los archivos. Hoy existen decenas de volúmenes, que recopilan documentos sobre diversos aspectos del stalinismo, empezando por aquellos pertenecientes a los distintos órganos de seguridad del Estado (sobre la Checa, la OGPU y el NKVD); información sobre el Goulag; sobre la política de represión en masa de los años 1936-1938; sobre los mecanismos de toma de decisiones; la correspondencia entre algunos de los principales dirigentes soviéticos (como la correspondencia entre Stalin y Molotov, 1925-1936; la de Stalin y Kaganovich, 1931-1936), así como varios volúmenes que contienen documentos de los años 1927-1939. También han sido publicadas recopilaciones de documentos sobre algunos otros temas, tales como las actas del Pleno del Comité Ejecutivo del PCUS de 1928-1929 que abordan el asunto de la Nueva Política Económica (NEP).
En realidad son pocos los estudios rusos que se han traducido en otros países, pero aquellos con los que se cuenta, gracias a que son producto de la colaboración con historiadores occidentales —principalmente sajones— dan cuenta de la enorme cantidad de investigaciones en curso a partir de lo cual, necesariamente, se empiezan a diversificar las perspectivas de análisis y las temáticas.
Como respuesta a las visiones dominantes centradas en el estudio de las altas esferas de poder político, en los mecanismos de decisión, en las instituciones estatales y en la represión, en años recientes ha cobrado fuerza la historia social que busca analizar la relación entre la sociedad soviética y sus estructuras de poder. A partir de ese enfoque han empezado a aparecer interesantes estudios que enfocan su atención en el problema de las mentalidades, de la opinión pública, de los mecanismos de resistencia social, entre otros, y que se adentran en la psicología social o en aspectos culturales.
Rusia: una apertura discrecional de sus archivos
Esta producción, tanto en su temática como en su orientación, está estrechamente vinculada a la suerte que han corrido las fuentes en las que se sustentan, con los conflictos que han vivido los archivos comunistas, con la forma y los tiempos de su apertura. Una situación en la que, incluso, los sucesivos cambios de nombre de los archivos resultan elocuentes.
Es importante tener presente que para los comunistas en general, dada su ideología, la preservación y difusión de la historia de la lucha de los trabajadores era una tarea que asumían como fundamento de su acción. Por esta razón, en forma mucho más relevante que para otras corrientes políticas, los comunistas de todos los países realizaron siempre un trabajo de recopilación y de conservación de ese tipo de documentos. Esa tarea tomó otras dimensiones en la Unión Soviética y los países del “socialismo real”, no sólo por la extensión que adquirió la recolección de documentos del mundo entero (como resultado de las dos guerras y de las situaciones difíciles que se vivieron en diversos países, que llevó a los partidos comunistas a resguardar su documentación en la URSS —tal es el caso, entre muchos, de los españoles tras la guerra civil o de los norteamericanos en el macartismo—, además de haber quedado los soviéticos como dueños del archivo de la Internacional Comunista), sino también por la mistificación de las principales figuras políticas y la manipulación que con Stalin comenzó a hacerse de la historia misma. Particularmente este último hecho es el que explica porqué archivos históricos que no implicaban en ningún sentido la seguridad del Estado fueron tan secretos como el de la KGB o el del Ministerio de Asuntos Extranjeros.
Revelador de este fenómeno es la historia del Archivo Central del Partido del que muchos años se conoció como Instituto de marxismo-leninismo, que fue un archivo extremadamente rico que mostraba el carácter mundial que tuvo la corriente comunista dirigida por los soviéticos.
Este archivo remonta su origen a 1920, cuando se crea la “Istpart” (Comisión para la compilación y el estudio de los documentos de la historia de la Revolución de Octubre y del Partido Comunista Ruso bolchevique) bajo el Comisariado del Pueblo para la Educación que dirigía A. Lunacharski. Con el trabajo de esa Comisión, hacia fines de la década se tenían cerca de 60 mil documentos, entre los que estaban el archivo que los bolcheviques habían creado antes de la revolución y el que creó Lenin en Génova. Por su parte, se tenía el trabajo realizado por el Instituto Marx-Engels dirigido por D.B. Riazánov quien desde 1921 logró una importante recolección y publicación de materiales relativos a la socialdemocracia europea, a las revoluciones francesas de 1789, 1848 y a la Comuna de París de 1871; documentos personales de importantes dirigentes socialistas (entre ellos de Eduard Bernstein) y, desde luego, de manuscritos de Marx y Engels. (Kennedy-Grimsted, 1999)
En 1931 se formó el Instituto Marx, Engels y Lenin bajo la dirección de Comité Central del Partido Comunista, a partir de la fusión del Instituto fundado por Riazánov y el Instituto Lenin, creado después de la muerte del líder bolchevique para resguardar su extensa obra, la cual en 1929 había sido transferida al Archivo Central de la Revolución de Octubre. Entre los años de 1954 a 1956 a ese Instituto se le incorporó el nombre de Stalin (quien acababa de morir), pero a partir de ese último año, dadas las denuncias de Jruschov contra su antecesor realizadas en el XX Congreso del PCUS, y hasta 1991 llevó sólo el nombre de Instituto de Marxismo-leninismo.
Como resultado de la Segunda Guerra Mundial, este archivo se hizo de una gran cantidad de materiales provenientes de las agencias anticomunistas de los nazis, así como de aquellas colecciones que, a su vez, los nazis habían robado en los países que ocuparon, tales como los documentos de la Segunda Internacional y de muchos otros archivos de los socialistas europeos que tenía, entre otros, el Instituto de Historia Social de Ámsterdam o el del Archivo del Museo Belga del Movimiento de los Trabajadores Socialistas. (Kennedy-Grimsted, 1999: 251)
En 1959 fue depositado en el Instituto de Marxismo-leninismo la documentación de la Internacional Comunista, que hasta entonces había sido resguardada por el Comité Central del PCUS. Al año siguiente se formó en sus instalaciones el Museo Marx-Engels que exhibía algunos textos originales de los autores del Manifiesto Comunista.
En 1991, después de que Yeltsin toma la dirección del país, tras un breve periodo en el que fue denominado como Instituto sobre la Teoría y la Historia del Socialismo (de abril a octubre de 1991), fue, junto al resto de archivos rusos, nacionalizado por el decreto presidencial de agosto de ese año y después nombrado Centro Ruso para la Preservación y el Estudio de los Documentos de la Historia Moderna (RTsKhIDNI, por sus siglas en ruso). Con la reforma realizada de 1999, que abarcó a todos los archivos de la Federación Rusa, se unificó al RTsKhIDNI con el Archivo de la Juventud Comunista (desde 1992 este archivo había sido rebautizado con el nombre de Centro para la Preservación de los Documentos de las Organizaciones Juveniles), dando origen al Archivo del Estado Ruso de Historia Socio-política (RGASPI, por sus siglas en ruso).
A partir del año 1993 este archivo comenzó a recibir documentación transferida del archivo del PCUS y, desde 1999, partes del archivo de Stalin que se mantenían en el Archivo Presidencial, archivo que se mantiene cerrado, pero al que sólo algunos investigadores seleccionados han podido tener acceso. En su libro Le siécle soviétique, Moshe Lewin (2003) señala que R. G. Pihoja, fue uno de los pocos investigadores que tuvo acceso a los archivos que estaban cerrados para los “comunes mortales”, como mostró su investigación publicada en 1998, en Moscú, Sovetskij Sojuz: Istorija Vlasti, 1945-1991.
Como señalamos antes, la apertura de algunos fondos sirvió de inmediato para el despliegue a nivel mundial de una escandalosa campaña anticomunista y, en concordancia con lo que empezó entonces a ocurrir con todos los recursos de ese país, para generar para unos cuantos un jugoso negocio.
En el otoño de 1991 se formó una comisión encargada de organizar la transferencia de los archivos mencionados y de su preservación y apertura, comisión que encabezó el general Dimitri Volkogónov. En la presentación del libro de Volkogónov sobre Lenin(1996), H. Shukman señala que el autor fue realmente el primer investigador que tuvo a su disponibilidad los materiales de archivos secretos, quien siendo director del Instituto de Historia Militar y coronel general en servicio, durante años recopiló documentación para la biografía de Stalin, libro que publicó en 1988 y que le valió convertirse en un paria ante sus compañeros de graduación. La situación de Volkogónov se complicó en junio de 1991 cuando su Instituto discutió y condenó el borrador de una nueva historia de la Segunda Guerra Mundial, editada bajo su responsabilidad. Acusado entonces de enlodar el buen nombre del ejército, así como el del partido y el del Estado soviético, y atacado personalmente por el ministro de Defensa Yezhov, Volkogónov renunció. “Cuando dos meses más tarde se produjo la tentativa de golpe, el Gobierno eligió a Volkogónov para supervisar el control y apertura de los archivos del partido y el Estado.” (Volkogónov, 96:XIII)
En los dos años siguientes se aprobaron un conjunto de leyes que buscaban conformar un nuevo marco legal que garantizara el derecho a la información y facilitara el acceso y la utilización de los documentos de los archivos.
Sin embargo, más de diez años después de su apertura, algunos investigadores se han dado cuenta de que la discrecional desclasificación de muchos documentos, aquel “regalo” de Yeltsin, hacía imposible una verdadera reconstrucción histórica que no fuera manipulada. En efecto, a partir de una situación en la que algunos fondos documentales de pronto se abrían y luego volvían a ser inaccesibles y de documentos sueltos que se filtraban para provocar ciertos escándalos (incluso, de algunos se discutió su autenticidad), en muchos casos el resultado fue la aparición de trabajos que decían lo que resultaba acorde en ese momento con el discurso dominante del nuevo poder ruso.
En la Rusia de principios de los noventa, el general Dimitri Volkogónov marcó la pauta. El nuevo encargado de la supervisión y apertura de los archivos soviéticos no sólo ejecutó con esmero la política de apertura discrecional y mercantil de la documentación de la que ya hemos hablado, si no que en sus escritos dio su personal aporte a lo quería presentarse como nueva historia oficial. En particular, en su libro biográfico sobre Lenin, Volkogónov dio a conocer la existencia de una gran cantidad de documentos del líder bolchevique que se mantenían inéditos, según él un total de 3 mil 724 y otros 3 mil aproximadamente que sólo tienen su firma.
“Las cinco ediciones de las obras completas de Lenin —escribe— varían sustancialmente. La primera apareció entre 1920 y 1926 y constaba de veinte volúmenes. La segunda y tercera (que sólo se diferencian en la calidad de la encuadernación) fueron publicadas en treinta volúmenes entre 1930 y 1932. La cuarta, conocida como la edición de Stalin, traducida a lenguas extranjeras, inglés entre otras, salió entre 1941 y 1957 en treinta y cinco volúmenes. La quinta, descrita como edición completa (...) fue publicada entre 1958 y 1965 y en cierta medida se benefició del clima de cierta liberalización de los primeros años de Jruschov. Llegó a los cincuenta y cinco volúmenes, en tanto que la sexta, en preparación cuando se produjeron los sucesos de agosto de 1991, iba a tener por lo menos setenta. Lenin es inagotable”. (Volkogónov, 1996: 8)
A pesar de que en su libro quien entonces era el nuevo jefe de los archivos se interroga porqué habían permanecido ocultos estos documentos de Lenin, hasta donde sabemos no se ha llevado a cabo la empresa de la nueva edición completa de las obras, aunque por fin en el año 2000 se publicó en Moscú una selección de documentos del líder bolchevique que eran desconocidos (véase Lenin, 2000). Pero en aquel momento, Volkogónov se anticipó y fue el encargado de dar a conocer su contenido, cuidadosamente seleccionado, de forma que ofrecía la nueva versión seudo-oficial de Lenin, con el propósito no sólo de desmitificar su figura al denostarlo en lo personal, sino presentarlo como el padre del terror desarrollado en el periodo estalinista.
Más allá del éxito obtenido por la gente de Yeltsin en su empresa de erigirse en los nuevos intérpretes de la historia de Rusia, lo relevante es que la conducta de aquel primer director de los archivos soviéticos al fin “abiertos” marcaría el modo y el contenido de lo que aquellos primeros años sería desclasificado.
Por desgracia no fue este el único esfuerzo por manipular el contenido de los archivos con fines políticos. En realidad, la utilización de los archivos “secretos” fue sólo una parte de lo que sería una empresa de grandes proporciones para legitimar un nuevo poder que emprendía la disolución de la Unión Soviética y la construcción de la nueva Rusia postcomunista.
A pesar de que la Comisión que encabezó Volkogónov había establecido que <
Petrov expresa, incluso, su impresión de que los múltiples escándalos que se produjeron sobre todo en los primeros años de Boris Yeltsin, gracias a documentos “filtrados” a los medios de comunicación, fueron preparados deliberadamente por quienes se oponían a la apertura de los archivos, con un doble objetivo: “Sacrificando documentos relativamente inofensivos —escribe— o que habían perdido toda actualidad, los servicios especiales mataron dos pájaros de un tiro: recibieron dinero y al mismo tiempo crearon un terreno favorable a las exigencias de ‘poner orden’”. Y da como ejemplo el contrato que hizo la Agencia Federal de Información rusa con la televisión norteamericana para la transmisión de teleseries basadas en “dossiers ultra secretos”. (Petrov, 2002: 18-19)
En ese mismo sentido, en relación al desacato al decreto de Yeltsin en lo que se refiere al traslado del archivo de la KGB, que logró retenerlo en manos de su sucesor, el FSB, lo cual no ha permitido su apertura, Petrov escribe:
“El cierre total de los archivos del viejo KGB a los investigadores independientes retrae a una situación en la que la apertura de ciertos documentos y su utilización no sirven sino a los intereses políticos de los mismos agentes especiales. El principio de tal utilización no es solamente una rehabilitación de los departamentos anteriores a la KGB (Vetcheka, OGPU, NKVD, etc.) dada la cuestión de sus ‘servicios’ en la lucha contra los ‘enemigos de la patria’, sino igualmente el refuerzo de toda la nueva ideología rusa.” (Petrov, 2002: 26)
Aunque hay aspectos discutibles de esta posición del historiador ruso, lo cierto es que, además del mencionado desacato, tras la protesta inmediata del Ministerio de Asuntos Extranjeros, que impidió que se desclasificaran los materiales concernientes a la política exterior del PCUS; la ley de 1995, que declaró “secreto de Estado” toda actividad de los agentes de los servicios secretos y de sus colaboradores; y los procedimientos pesadamente burocráticos, que dieron margen para que los trabajadores archivistas impusieran sus propias condiciones y tiempos en aquellos archivos donde se supone que hay acceso, se fue imponiendo una “apertura equilibrada” (Petrov, 2002: 22) y, en los hechos, morosa que impide o entorpece un trabajo riguroso de recuperación y asimilación de la memoria histórica de la Rusia del siglo XX.
Los archivos alemanes
Más allá de las fronteras rusas, el otro caso más sonado fue el de los archivos comunistas en los momentos de la desaparición de la República Democrática Alemana (RDA). La caída del Muro de Berlín no es en balde el símbolo del fin del comunismo como régimen estatal. Cuando en 1989 el éxodo masivo hacia la Alemania occidental reveló la inminente caída del régimen y la decisión popular de ir hacia la reunificación de las dos Alemanias, nadie pensaba en que algo así podía ocurrir.
En Alemania, como después ocurriría en otros países del llamado “campo socialista”, como la propia URSS, Checoslovaquia y Yugoslavia, la desaparición de sus regímenes implicó la disolución misma en tanto tales países. En el caso alemán, observadores cercanos de la crisis vivida en la RDA durante todo el año de 1989 afirmaban entonces que ésta tendría necesariamente una salida democrática en el marco del propio régimen socialista, justamente por estar en juego su existencia como Estado. Es decir, pensaban que la existencia de la otra Alemania, la de occidente, imponía a la RDA una única salida: la de reformarse en sus propios términos. No se pensaba, pues, que la aspiración y decisión interna de los ciudadanos de Alemania del Este era, por el contrario, la de reunificación y asimilación en la República Federal de Alemania (RFA).
Este hecho sorpresivo tuvo en los años siguientes un efecto particular en los estudios sobre el régimen desaparecido y el destino de sus fuentes documentales.
En lo que se refiere a estas últimas, particularmente el archivo de la policía política (la Stasi), compuesto por más de seis millones de carpetas individuales, se convirtió en los momentos mismos del hundimiento del régimen en símbolo de una rebelión largamente incubada. Cuando el 15 de enero de 1990 corrió el rumor de que los funcionarios de la Seguridad del Estado eliminarían sus archivos y que la documentación había empezado a ser quemada, se produjo de inmediato una revuelta multitudinaria que decidió tomar las instalaciones y formar un Comité Ciudadano de resguardo de los archivos que presionaría para que éstos fueran abiertos. Una vez destituidos los funcionarios de la policía secreta, estos archivos quedaron a la deriva, sin que por un tiempo nadie realmente los reclamara.
No sería sino hasta diciembre de 1991 cuando el parlamento alemán aprueba la Ley sobre los Archivos de la Stasi, reglamentando el acceso a su documentación, de forma que, salvo los documentos de las organizaciones internacionales o supranacionales y de los países extranjeros que la Stasi poseía (entre ellos documentos secretos de la propia RFA), los expedientes administrativos y de la policía política que no contienen información personal o aquellos a los que les fueron suprimidos los nombres de las personas involucradas, quedaron abiertos para su consulta sin ninguna clase de restricciones.
Del área de archivos personales, que representan aproximadamente el 80 por ciento de la documentación de los archivos de la Stasi, con cerca de cuatro millones de expedientes de alemanes del Este y dos millones de expedientes de alemanes occidentales y de otros países, se estableció que la documentación solo sería accesible a los directamente involucrados, y que otros interesados podrían consultar estos expedientes sólo con permiso expreso de los afectados. (Frohn, 1992)
Otros archivos de las diferentes dependencias gubernamentales fueron absorbidos por los archivos federales de la RFA, con excepción de los archivos del ministerio de Asuntos Extranjeros y del Ejército que quedaron bajo resguardo del Bundeswehr, y están disponibles bajo la regla de 30 años de antigüedad. El archivo del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED, por sus siglas en alemán), que fue disputado por su sucesor, el Partido del Socialismo Democrático, quedó finalmente a partir de 1993 en custodia de una fundación independiente pero dentro del sistema de Archivos Federales de Alemania.
Sin embargo, la acción del estado alemán no se limitó a legislar sobre los nuevos archivos en su poder, sino que paralelamente formó una comisión parlamentaria encargada de investigar la historia y la legalidad de lo que desde entonces se denominó la “dictadura del SED” (Aufarbeitung von Geschichte und Folgen der SED-Diktatur in Deutschland), con el fin de “contribuir al análisis político-histórico y a la evaluación político-moral” de este fenómeno. Al fijar las tareas de dicha comisión, el parlamento alemán precisó la temática que debería ser abordada. Entre los temas principales se encontraban: la estructura, las estrategias y los instrumentos de la dictadura (por ejemplo, la relación del partido y el Estado, la estructura y funcionamiento de los servicios de seguridad); el papel de la ideología (el marxismo-leninismo y la posición antifascista en la formación de la RDA, así como la función de la educación y de la literatura, entre otros aspectos); la violación de los derechos humanos y los mecanismos de represión; los movimientos de oposición y sus potencialidades; la política soviética en Alemania; la actividad de la RDA en la RFA.
En poco de más de dos años, la comisión parlamentaria organizó 44 sesiones con más de 300 historiadores y testigos presenciales, además de contratar a 148 expertos, que generaron un enorme expediente de más de 15 mil páginas. En junio de 1994, la comisión como tal presentó un reporte de 300 páginas y en los años siguientes se publicaron muchas de las contribuciones de los expertos. (Ostermann, 1995)
Una segunda comisión del parlamento consagró su trabajo a la “Superación de las consecuencias de la dictadura del SED en el proceso de unificación”. Esta comisión sentó las bases para la formación de la “Fundación para el trabajo sobre la dictadura del SED”, cuyo objetivo fue “mantener vivo el recuerdo de los actos ilegales sufridos por las víctimas y fomentar el consenso antitotalitario en la sociedad así como la democracia y la unidad interior de Alemania” (Kott, 2002: 25)
Como puede observarse, se trata de una insólita empresa del estado alemán, que expresaba las condiciones en las que se produjo el proceso de unificación.
Además de estas actividades, el nuevo Estado alemán unificado promovió el surgimiento de varias instituciones que centraron sus actividades de investigación en la temática del comunismo. Tal es el caso del Centro de Estudios Contemporáneos, afiliado a la Fundación Max Planck, dedicado en forma destacada a la historia de la RDA, que es el único que mantuvo un equilibrio en la procedencia (del este y del oeste de Alemania) y posiciones de sus investigadores. En la ciudad de Dresde se fundó el Instituto Hannah Arendt para las Investigaciones del Totalitarismo, con un claro signo. Por su parte, la Universidad de Mannheim, en su Centro de Investigación Social Europea, creó una sección en la que se desarrolla el proyecto de estudios sobre la historia de la RDA que dirige Hermann Weber.
En este Centro, en 1994 el Deutscher Bundestag listó 759 proyectos de investigación. Entre los resultados, publicó ya seis volúmenes sobre la historia de la RDA (1949-1990); una colección de documentos sobre la oposición y resistencia en la RDA y dio curso, entre otros, a proyectos de investigación sobre la historia de la Federación de Jóvenes Democráticos (FDJ) desde 1945 hasta 1965 y sobre el papel del antifascismo en los primeros años de la República Democrática Alemana. Desde 1993 el Centro comenzó a publicar el Anuario sobre la Investigación Histórica del Comunismo y ha establecido un equipo europeo de historiadores sobre el mismo tema.
Con otra orientación menos académica, el Forschungsverbund SED-State centró sus investigaciones en el papel dictatorial del Partido Socialista Unificado (SED) de la RDA. Entre sus líneas de investigación estableció: las relaciones entre el SED y el Ministerio de Seguridad del Estado; el papel del aparato de ese partido en el establecimiento y consolidación de la dictadura; las relaciones del SED con las iglesias; la política comunista frente a la ciencia desde 1945; la participación del SED en la invasión de Checoslovaquia en agosto de 1968, la oposición a la dictadura del SED y el desarrollo industrial en la RDA.
Por su parte, el Instituto de Estudios de Rusia, Europa del Este e Internacionales de Colonia concentró su trabajo en el estudio de las relaciones entre la Unión Soviética y la Alemania del Este; la política soviética ante Alemania en las décadas de 1940 y 1950 y el papel de la URSS en la colapso del la RDA. (Ostermann, 1995)
Esta febril actividad de investigación empezó a decrecer desde 1995, una vez que las instituciones gubernamentales o las fundaciones privadas empezaron a considerar que había ya cumplido su cometido político para las transformaciones que implicó la reunificación alemana. Entre otras, por poner un ejemplo, la Fundación Volkswagen, que a principios de los años noventa proporcionó importantes subvenciones a la investigación sobre la “segunda dictadura” y a su comparación con el régimen nazi, dejó de tener el mismo interés cuando emergió una visión más objetiva que rehusó a hacer esa comparación (el historiador Etienne Francois se preguntaba si es legítimo comparar un régimen que dejó una montaña de cadáveres con uno que dejó una montaña de papeles) y que problematizó las características de un régimen que subsistió por varias décadas y que al poco tiempo empezó a ser revalorado por una parte importante de la población alemana de la exRDA.
Como sea, es importante destacar que lo realizado en los años 90 fue, sin duda, una insólita empresa estatal de “ajuste de cuentas”, no sólo con un pasado no deseado por los dirigentes políticos de la Alemania occidental, sino con una ideología divergente, la cual fue realizada sobre el presupuesto de que el régimen alemán actual es por definición garante de la democracia y las libertades en contraste con lo ocurrido durante el nazismo y en la RDA. Es decir, se trató de una demanda política que buscó descalificar desde sus fundamentos mismos al régimen caído, para mostrar la superioridad de los valores de la RFA. (Kott, 2002: 25)
En forma similar a lo ocurrido en Rusia, los trabajos que apresuradamente fueron publicados en Alemania reactualizaron la llamada teoría del totalitarismo (inspirada en la obra de Hanna Arendt, y más reciente en Carl Joachim y Zbigniew K. Brezinski) y pusieron toda su atención en las características del poder del viejo régimen, “insistieron —escribe quien fuera director del Centro Marc Bloch de Berlín— en dar prioridad a su naturaleza represiva y multiplicaron las comparaciones con el nazismo para subrayar mejor las similitudes y continuidades entre los dos regímenes. Denunciante, globalizante y política, esa historiografía de primera hora hizo del partido Comunista este-alemán el actor principal sino exclusivo de la historia de la RDA.” (François, 1999: 340)
De acuerdo con este mismo autor, a diferencia de lo que ocurrió hasta mediados de los 90, ahora se ha estado abriendo paso una investigación histórica que guarda más distancia con las necesidades políticas, ideológicas y mediáticas que se impusieron tras el derrumbe de la RDA. Por lo demás, las dificultades y nuevos procesos políticos que se han desarrollado en Alemania, en donde, entre otras cosas, a resurgido el PSD como un partido con respetable fuerza electoral, obligan a diversificar los enfoques y las temáticas. (François, 1999: 342)
Los estadounidenses y los archivos comunistas
En cuanto el régimen soviético se vino abajo y, en consecuencia, en forma desordenada se abrieron algunos archivos soviéticos, diversas instituciones y empresas norteamericanas se lanzaron sobre ellos con la ambición de ser los primeros en obtener los grandes “secretos” comunistas. En ese ambiente, el mismo año de 1992, el Instituto Hoover y la empresa Chadwyck-Healy lograron un acuerdo con el nuevo gobierno ruso para microfilmar los documentos de algunos de los principales archivos de la URSS: el del PCUS, el del Estado y el del Soviet Supremo. En 1996 se firmó otro acuerdo para llevar a cabo proyectos conjuntos, del cual el Hoover obtuvo la posibilidad de tener 10 mil 534 carretes de película no sólo de los índices y catálogos detallados, sino de los documentos mismos que han sido desclasificados.
Entre la documentación que tiene este instituto se encuentran todos los expedientes de los congresos y conferencias del PCUS del periodo 1912-1952; los archivos de la Comisión de Control (1934-1966); la documentación de los distintos departamentos del partido, tales como el de finanzas, de propaganda, de trabajo ideológico (1939-1953); diversos censos y estadísticas de los miembros del PCUS y sus mandos dirigentes desde la revolución hasta la posguerra. También se encuentra una colección completa de los expedientes de la NKVD (denominación de la policía secreta en el periodo estalinista de 1934-45), así como todo lo relacionado con la administración y vida de los campos de concentración del Gulag hasta la amnistía de 1953.
En el año 2001 el Hoover microfilmó los archivos del poder judicial soviético, desde el Tribunal Revolucionario VtsIK(1917-1918) y del Tribunal Supremo (1918-1967) incluida la documentación más importante de las Cortes. Asimismo, cuenta ahora con una importante cantidad de microfichas del archivo del Consejo de Ministros de la URSS (1922-1958), del Soviet Supremo de la URSS y de la Cruz Roja de Moscú, que documentan entre otras cosas las condiciones del sistema penitenciario estalinista. (Hoover)
Con esta documentación, el instituto norteamericano publicó por separado una guía del conjunto de documentos (“la colección más relevante de documentos que han salido de la URSS desde su colapso”) presentados por B. Yeltsin ante la Corte Constitucional de la Federación Rusa para iniciar el proceso contra el PCUS y declararlo ilegal por violación a las normas internacionales y los derechos humanos. La guía describe más de 3 mil documentos que abarcan lo mismo las purgas de la época estalinista; la operación de los campos de concentración, el financiamiento de los partidos comunistas de otras partes del mundo, la acción de las instituciones de seguridad interna (desde la NKVD hasta la KGB) y la actividad de espionaje y “subversión” contra otros gobiernos, así como su política en los países bajo su influencia en Europa del Este, entre otros. (Hoover: Fondo 89)
Paralelamente, el Instituto Hoover concluyó en 2001 el proyecto de microfilmación de la documentación que fue reuniendo el Museo de la Cultura Rusa de San Francisco. Con este proyecto y el sitio Web que ha creado para el Museo, además de documentar la historia de diversos personajes de la oposición anticomunista rusa, esta institución participa de manera directa en el esfuerzo de creación de una memoria “Gran-rusa”.
Por lo demás, desde la caída de los regímenes del llamado socialismo real el Instituto Hoover ha ampliado enormemente sus colecciones sobre la historia de todos los países del Este europeo. De acuerdo con su propia información, es de particular importancia el archivo que ha reunido de la historia comunista de Polonia, en el que guarda una enorme cantidad de documentos originales de esa época, lo cual lo convierte en el archivo más importante existente, incluso más que el que pudieran tener los propios institutos polacos.
Además de este existen otros proyectos institucionales, tales como los de la Biblioteca del Congreso en Washington la cual, entre otras cosas, adquirió buena parte de los materiales originales del Partido Comunista de Estados Unidos enviados a Moscú durante el macartismo y que abarca los años de 1912 a 1944, aunque la mayor parte de lo adquirido por esta biblioteca llega hasta 1936 y cuya guía ha sido publicada recientemente. (Haynes) Otro gran proyecto de la Biblioteca del Congreso norteamericano es el CD-Rom que contiene los catálogos de los archivos soviéticos.
Innumerables son los libros que en los Estados Unidos han sido publicados con atractivos títulos que publicitan y remarcan su procedencia de los que llaman “archivos secretos” de Moscú. La Universidad de Yale ha creado una colección especial entre sus publicaciones, dedicada a la historia del comunismo bajo el nombre de Annals of Communism. Casi todos los libros de esta colección contienen documentos provenientes de los archivos soviéticos y, con frecuencia, junto al editor americano aparece un editor ruso. Entre los más recientes podemos citar el libro El expediente de la KGB de Andrei Sajarov, publicado en 2005, por Joshua Rubenstein y Alexander Gribanov; el libro La guerra contra el paisano: 1927-1930 de varios autores también de 2005; el libro La historia del GULAG: de la colectivización al gran terror de Oleg V. Khlevnyuk, que apareció en 2004; y el R.W. Davies, Oleg V. V. Khlevnyuk y E. A. Rees (2003) en el que se publican 177 cartas entre Stalin y Lazar Kaganovich, del periodo de 1931 a 1936; el de William J. Chase (2002), con documentos recién desclasificados sobre la actitud de la IC ante las grandes purgas y los efectos de ella en sus filas; el de Ronald Radosh, Mary Habeck y G.N. Sevostianov (2001), con documentos desclasificados para su publicación en este libro del Archivo Militar Ruso, sobre la participación de la Unión Soviética en la guerra civil española; el de Alexander Dallin y Friedrikh I. Firsov (2000), de la correspondencia entre Stalin y Dimitrov, durante el periodo en el cual este último fue cabeza de la Internacional Comunista; el de William Taubman, Sergei Jruschev (hijo de N. J.) y Abbott Gleason, con nueva documentación sobre Nikita Jruschev; los dos tomos (uno de 1995 y el otro de 1998) de documentos del la IC y de los archivos del partido comunista de EUA sobre las actividades de este partido, en el que junto a Harvey Klehr y John E. Hayens, participaron los dos respectivos directores del RGASPI; el libro de J. Arch Getty y Oleg V. Naumov (1999), sobre el terror estalinista, traducido también al español; el del historiador y miembro del Consejo Nacional de Seguridad con Reagan, Richard Pipes, (1996) con documentos inéditos de Lenin
La Universidad de Yale ha desarrollado también varios proyectos de publicación en asociación con los respectivos archivos rusos, entre los que destacan el de los documentos sobre la matanza de Katyn; el asesinato de Kirov; el reporte Shvernik sobre el terror bajo Stalin; la política bolchevique ante la iglesia; tres volúmenes sobre la vida en el Gulag y otro sobre el sitio de Stalingrado durante la invasión nazi.
Fuera de esta colección, la Universidad de Yale ha publicado también una importante cantidad de libros que documentan, por una parte, las actividades de espionaje soviético y, por otra, que analizan la caída de la Unión Soviética.
De igual forma, la Universidad de Harvard ha impulsado en su proyecto Cold War Studies una gran cantidad de investigaciones sobre el régimen comunista y publicado un número considerable de libros sobre el tema. Entre ellos, recientemente publicó uno titulado “Análisis de la CIA sobre la Unión Soviética, 1947-1991”. Su archivo en línea ha traducido interesantes documentos rusos de momentos difíciles de la Guerra Fría.
También el Woodrow Wilson International Center for Scholars, de Washington, desarrolla el Proyecto Internacional de Historia de la Guerra Fría, en el marco del cual ha publicado un buen número de libros basados en investigaciones en los archivos rusos, tales como la política soviética en la guerra de Vietnam; el conflicto chino- soviético; China y el Pacto de Varsovia, entre varios otros, financiado por la Fundación John y Catherine T. MacArthur. Las temáticas sobre las cuales ha traducido y puesto también en línea centenares de documentos (presentados siempre como “ultra secretos”) provenientes de los archivos rusos, principalmente del archivo del Ministerio de Asuntos Extranjeros, son, entre otros, la guerra de Corea; la crisis de 1956 en Polonia y Hungría; la crisis de los misiles en Cuba; la crisis polaca de 1980-1981; la invasión soviética en Afganistán y sobre el fin de la Guerra Fría.
Los norteamericanos también han incursionado ya en otros archivos comunistas, como es el caso de Polonia, Hungría; Rumania, entre otros. La Universidad de Pittsburg, por ejemplo, además de su “Soviet Archive Project” en el que ha publicado numerosas guías y descripciones de los archivos rusos y sustentar otro proyecto sobre la disidencia soviética, ofrece en su página Web una detallada descripción del archivo de los comunistas rumanos.
Si bien de la inmensa producción que han realizado en estos años está mediada en gran medida por el escándalo mediático y la búsqueda de reafirmación de los valores y estereotipos que elaboró el gobierno estadounidense a lo largo de muchas décadas en su combate al comunismo, hoy existen algunos trabajos que se atienen claramente al rigor científico y que escapan de los esquemas establecidos. Tal es el caso, que ya hemos citado, de Moshe Lewin, reconocido sovietólogo que en los últimos años ha publicado varios libros en los que revisa sus propias investigaciones a la luz de la nueva documentación y aporta interesantes análisis críticos.
¿Una nueva etapa?
Ciertamente no hay un claro acuerdo entre los investigadores del comunismo sobre el valor que ha tenido el libre acceso a la gran cantidad de documentos de los muchos archivos de los comunistas de que hoy se dispone.
Aunque podemos decir que hay indicios de que estamos empezando un nuevo momento en el que tomará la palabra la ciencia de la historia, lo cierto es que hasta ahora lo que predominó fue un entusiasmo desmedido por el acceso a una enorme cantidad de documentos que hablarían por sí solos.
Hacia mediados de los años de 1990, algunos historiadores comenzaron a preocuparse por advertir sobre el uso acrítico que se hacía de la nueva documentación. Frente a los excesos cometidos recordaban que, como todo archivo, estos debían ser sometidos a un serio cuestionamiento sobre la validez de las fuentes, con un riguroso respeto por las reglas éticas y metodológicas, para dar lugar a preguntas pertinentes que permitieran el trabajo de interpretación y reconstrucción histórica. Como ha dicho Étienne François:
“Uno comienza a darse cuenta que no todo es tan simple, que los nuevos archivos no son la boca de la verdad, que como todos los archivos, estos deben ser sometidos a una crítica exigente de las fuentes, que su manejo no puede hacerse sino a condición de respetar las reglas éticas y metodológicas elementales, y que aún bien utilizadas e interrogadas a partir de cuestionamientos pertinentes, ello no dispensa al historiador de su trabajo habitual de reconstrucción y de interpretación y no dan respuesta a todo”. (François, 1995: 147)
Más allá de la manipulación de inescrupulosos medios de comunicación o de aquellos que trabajaron para estos desde su posición de investigadores académicos, la embriaguez por la cantidad de documentos hizo olvidar exigencias básicas de la labor de los investigadores. Frente a ello, Etienne François también se vio en la necesidad de recordar que el historiador está obligado a criticar las fuentes documentales; a recordar que éstas sólo hablan a partir de que se les interroga y que la calidad de las respuestas depende de la calidad de las preguntas; a no pretender que las fuentes digan todo y, finalmente, a mantener una postura ética que pide del investigador ser particularmente prudente y escrupuloso, guiado por una rigurosa concepción de búsqueda de la verdad histórica. (François, 1995: 147-150)
Para varios historiadores, después de esa etapa de euforia por la enorme cantidad de documentación disponible y agotado el escándalo mediático, estamos en un momento en que comienzan a aparecer estudios que gracias al sustento documental han renovado las temáticas y los cuestionamientos sobre la historia del comunismo. Brigitte Studer, que se pregunta si la “revolución archivística” produjo una revolución historiográfica, considera que aunque la investigación no ha evolucionado de manera lineal y en un primero momento podemos observar, incluso, una regresión metodológica, finalmente ha producido numerosos aportes gracias a la nueva documentación y ha renovado el interés por la historia del comunismo. La apertura de los archivos, sostiene, ha “favorecido la renovación de los cuestionamientos y la propia emergencia de nuevas problemáticas en la historia del estalinismo y el comunismo”. (Studer, 2002: 62)
Otros, en cambio, son más escépticos sobre el impacto de la apertura de los archivos. Para Nicolas Werth la apertura de los archivos “no ha revolucionado las posturas, ni permite, hasta el presente, pasar a una síntesis. Ello queda aún por hacer. En la etapa actual, la primer tarea, ingrata y larga, es con mucha frecuencia clasificar las fuentes, reconstruir la trama, limpiar los estratos de aproximaciones y de simplificaciones, verificar las hipótesis emitidas por la inmensa producción teórica acumulada durante decenios de “sovietología” sin archivos y de proponer nuevas, a la luz de los documentos hoy accesibles.” (Werth, 1996: 12)
Para el historiador norteamericano Arch J. Getty, quien en su trabajo sobre el estalinismo confiesa haberse sentido abrumado por la cantidad extraordinaria de documentación que iba apareciendo sin cesar, la posibilidad de acceder a los archivos rusos le replanteó varias de las afirmaciones que había sostenido en sus trabajos anteriores. Entre otras, señala que “la distinción que había establecido entre las purgas de los miembros del partido a principios de la década de 1930 y, más entrada la década, el terror era demasiado categórica y carente de matices”. Getty sostiene la discutible idea de que la documentación ahora disponible borra toda idea sobre la existencia de grupos de bolcheviques organizados en contra de la violencia desatada en el estalinismo y prueba que había un consenso sobre su utilización. Asimismo, para este investigador los archivos de la policía secreta ofrece la prueba de un número bastante menor del que siempre se manejó en occidente de víctimas del terror (Getty y Naumov, 2001: 10). Según él: “No debería ser necesario inflar artificialmente el número de víctimas hasta decenas de millones para sentir en carne propia el horror del estalinismo” (Getty y Naumov 2001: 12). Moshe Lewin precisa también las cifras reales de las víctimas del estalinismo en unas diez veces menor de la que se llegó a manejar con anterioridad (Lewin 2002:513-516).
Este historiador, que ha tenido acceso directo tanto a las fuentes documentales como a la producción actual de los investigadores rusos, reconoce también que ello le ha permitido una autoevaluación de su obra anterior. Como él mismo señala en la introducción de su último libro:
“Fundar mi investigación sobre nuevos materiales, provenientes de archivos, Memorias, autobiografías o colección de documentos, es aquí un objetivo en sí mismo. Pero es también para mí una forma de autoevaluación: una vez consultada tal masa de fuentes nuevas, ¿qué queda de mi comprensión anterior del fenómeno soviético, en qué es modificada, en qué me he equivocado?” (Lewin, 2003: 9)
Tales ejemplos muestran que la información disponible comienza a permitir la realización de trabajos más precisos que revisan aspectos de las interpretaciones anteriores. Sin embargo aún se está lejos de superar los esquemas ideológicos en los que se ha encerrado la comprensión de un fenómeno de enorme complejidad y riqueza como es el comunismo del siglo XX.
Ciertamente, pese al éxito inaudito de un libro como “El libro negro del comunismo”, que ha sido traducido a veintisiete lenguas y ha vendido cerca de un millón de ejemplares, libro que a lo largo de centenas de páginas se recrea en la violencia, real o supuesta, del comunismo y no hace sino documentar la idea preconcebida sobre el carácter criminal de este fenómeno que, según los autores, le es connatural, el tiempo empieza a dar razón a quienes señalaron la falta de ética y criticaron la utilización con fines políticos del trabajo de investigación sobre esta temática.
De alguna forma, el problema quizá mayor que representó la situación descrita fue el retorno de viejos esquemas que un infatigable y meritorio esfuerzo de investigadores, que pese a contar con pocas o nulas fuentes, habían logrado superar en los decenios previos a la caída del Muro de Berlín.
Bajo el presupuesto que sostiene a esos esquemas hoy renovados, a fines del año 2005 fue presentado ante la asamblea parlamentaria del Consejo Europeo un proyecto de resolución de condena al comunismo. En el texto titulado “Necesidad de una condena internacional a los crímenes de los regimenes comunistas totalitarios” se partía de la equiparación del comunismo y el nazismo, señalando que mientras este último había sido ya juzgado y condenado, no había ocurrido lo mismo con el primero. A partir de lo cual no sólo se proponía una condena a lo ocurrido en el pasado, sino se planteaba la necesidad de impugnar e incluso prohibir las actividades de los partidos y movimientos que hoy día se reivindican comunistas. Pese a la protesta que concitó, tal propuesta fue aprobada por la Asamblea pero no obtuvo la mayoría de dos tercios para poder ser implementada.
Este hecho reciente muestra los propósitos implícitos de esa encarnizada disputa por la memoria del comunismo.
Fuentes y referencias
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